La ordinaria vida de Aurelio Guinda: La gorda

CAPÍTULO 1: LA GORDA

- Mari Ángeles. Haz pasar al siguiente paciente.
Aurelio Guinda retiró los restos de uñas que quedaban encima el expediente de su paciente anterior y olisequeó el lomo de la carpeta con morbosa satisfacción. La consulta de Aurelio Guinda era bastante austera. Apenas estaba decorada por un póster de un enorme pie lleno de flechas y nombres en latín, que Aurelio Guinda observaba todos los días durante un minuto y diecisiete segundos sin parpadear cuando su secretaria Mari Ángeles apagaba las luces de la clínica. Debajo del póster había una camilla de sábanas amarillentas. Al lado de la camilla, una estantería llena de productos, la mayoría de ellos caducados, que Aurelio Guinda aplibaca sobre los pies de sus pacientes. Al otro lado de la sala se encontraba la mesa de Aurelio Guinda, envejecida y dinamitada por las termitas. Détrás de la mesa de Aurelio Guinda, estaba la silla de Aurelio Guinda, que tiempo atrás había estado forrada por cuero húngaro y que ahora cubría una horrible sábana que ocultaba los pegotazos de espuma que gritaban por salir. En la mesa de Aurelio Guinda había un pesado archivador. Aurelio Guinda no creía en la informática, a pesar de que durante aquellos prósperos años de la URSS, el gobierno había ofrecido informatización a todas las clínicas.
Contemplando esta miseria que a Aurelio Guinda le fascinaba, Aurelio Guinda continuaba disfrutando del aroma del sucio expediente. La puerta se abrió y la luz que procedía de fuera fue ocultada por un enorme astro. Enorme astro llamado Carmina Mena. Aurelio Guinda la recordaba. Aurelio Guinda la había atendido hace casi un año y medio. En ese tiempo, Carmina Mena había pasado de una famélica jovencita con problemas de desnutrición ( que había causado la aparición de extraños hematomas en sus delicados pies, lo que le había llevado a visitar a Aurelio Guinda) a una enorme ballena de dimensiones apocalípticas que cada vez que respiraba escupía mares de saliva. Mari Ángeles ayudó a Carmina Mena a entrar empujándola con un pie en su enorme trasero y las manos asiendo el marco de la puerta. Al fin Carmina Mena entró en la consulta de Aurelio Guinda. Aurelio Guinda observó que Carmina Mena iba descalza, porque ningún zapato habría soportado semejante atrocidad. Mari Ángeles volvió a entrar con un barreño gris lleno de agua. Carmina Mena se sentó en la camilla que tambaleó varias veces hasta que resistió con resignación el peso del mundo ( era de marca Atlas). Mari Ángeles cogió uno de los pies de Carmina Mena y comenzó a lavarlos. Aurelio Guinda fue rápidamente hacia su secretaria y la apartó de un empujón. Le había dicho en más de una ocasión que ese no era su trabajo, que bastante tenía que hacer ya organizando sus visitas. Así se disculpaba Aurelio Guinda para evitar su obsesión. Ya desde bien pequeño Aurelio Guinda sabía que de mayor iba a ser podólogo. No era una cuestión vocacional. Era una cuestión de necseidad. Había desarrollado durante su cruenta infancia y adolescencia un exagerado fetiche hacia los pies. Le gustaban todos: de hombre, de mujer, grandes, pequeños, agrietados, sin uñas, amputados o tatuados. Aurelio cogió con una mano el paño que Mari Ángeles había utilizado al principio y con la otra tomó el pie mojado de Carmina Mena. Durante todo este tiempo, Aurelio Guinda mantenía una conversación banal con Carmina Mena. Resulta que a Carmina Mena se le habían roto todos los dedos de los pies hace unos meses, y ahora le habían salido heridas a causa del vendaje. Aurelio Guinda oía todo lo que Carmina Mena le decía, pero no escuchaba nada. Estaba ensimismado con los pies de su mastodóntica paciente. Así continuaba lavando los sucios pies de Carmina Mena, cuando Aurelio Guinda sintió algo que no había sentido nunca hasta entonces. Empezó a masajear el pie izquierdo de Carmina Mena. Cada vez lo masajeaba más. La respiración de Carmina Mena comenzó a entrocortarse. Aurelio Guinda seguía masajeándolo hasta que no pudo soportarlo más. Aurelio Guinda levantó un poco el pie y bajó la cabeza. Comenzó a lamer el dodo gordo de Carmina Mena. Carmina Mena gritó y pegó una patada a Aurelio Guinda en la cara. El dedo gordo del pie de Carmina Mena se había metido en el ojo izquierdo de Aurelio Guinda. Pero Carmina Mena no gritaba por sorpresa. Carmina Mena había tenido un orgasmo. Un rápido y repugnante orgasmo. Mari Ángeles entró corriendo en la habitación y vio el percal. Carmina Mena intentaba recuperarse del reciente orgasmo limpiándose los ríos de sudor con la amarillenta sábana. Aurelio Guinda tenía las dos manos sobre su ojo izquierdo y sollozaba del dolor. Un poco más abajo, en su pantalón se hacía visible la erección de un depravado. Mari Ángeles cogió de un brazo a Carmina Mena y la sacó de la habitación, sorprendida y asustada por lo que acababa de presenciar. Aurelio Guinda bajó a la primera planta, donde estaba el baño de los empleados y lavó con agua su dolorido ojo. Se miró al espejo. Ya era hora de cambiar. Diría adiós a San Petersburgo e iría en busca de sus raíces, a España, allí donde su retorcida y querida obsesión había surgido. Allí, en España daría rienda suelta a todas sus perversiones.

1 comentario:

Nahuel y Otras dijo...

Espero que mi relación con los podólogos, que conoces muy bien, te haya servido de inspiración para este personaje, Aurelio Guinda, del que me gustaría ver una foto si fuera posible.